LEOPOLDO POMÉS

 

«Después de todo»

 

Leopoldo Pomés (Barcelona, 1931 – Girona, 2019)

Leopoldo Pomés es un fotógrafo muy conocido, y sus fotografías se han podido ver en las numerosas exposiciones realizadas a lo largo de su vida. Seguramente muchas personas creen conocerlo bien, pero también es posible que no hayan descubierto ciertas características constantes muy suyas y muy insistentes, a veces obsesivas, en su producción.

Dirigir la atención del espectador hacia estas “manías” o peculiaridades es una de las intenciones de esta muestra que invita a acercarse a Pomés desde otra perspectiva y hacer una lectura diferente de sus imágenes.

Con este propósito, y junto a otras fotografías ya conocidas, hemos seleccionado aquellas imágenes inéditas que, según nuestro criterio, pueden ilustrar mejor esta nueva visión.

Las fotografías se presentan en diversos formatos, predominando las de dimensiones reducidas. Hemos priorizado estas copias para dar valor al papel, en el que fueron positivadas en su momento. Pensamos que, a la creación de la imagen, se le añade el valor de objeto tangible y sensible al paso del tiempo con la capacidad de transportarnos al momento de la creación de la obra.

PUNTO DE PARTIDA
Lleno de inquietudes y estimulado por su contacto con los artistas de Dau al Set y otros intelectuales, en 1955, Leopoldo Pomés expuso su primera obra fotográfica en las Galerías Layetanas. Aplaudidas por unos y criticadas por otros, estas fotografías que Alexandre Cirici Pellicer denominó “melanografías” causaron un notable impacto en los ambientes de la fotografía de la época.

Animado por este reconocimiento como artista, Pomés continuó la búsqueda de los misterios de la fotografía y, progresivamente, su obra fue destilando ciertas tendencias casi obsesivas que le acompañaron toda la vida.

 

 

SIN SOMBRAS
El descubrimiento de la luz sin sombras

Hacia los años 1956-1957, empezó a sentirse fascinado por las imágenes desnudas de sombras.
De la tónica oscura de sus fotografías anteriores pasó a indagar los secretos de la luz blanca que no proyecta sombras.
Cuando el día se levantaba con el cielo totalmente cubierto de nubes blancas, el joven Pomés se precipitaba a la calle o a la naturaleza para contemplar maravillado como absolutamente todo –personas, objetos, edificios, árboles, paisajes enteros– se encontraba despojado de sombras. Era entonces cuando disparaba su cámara en una especie de frenesí, como temiendo que de un momento a otro pudiera salir el sol y deshacer aquel hechizo.
Intentó reproducir en su estudio aquel estado lumínico mágico, pero ningún foco, ningún recurso fotográfico de la época le ayudaba a conseguirlo. Entonces encargó a un carpintero y a un electricista que le construyeran unos paneles de grandes proporciones llenos de tubos fluorescentes, uno al lado de otro. Los hizo colgar del techo de manera que, mediante un ingenioso sistema de poleas, pudiera moverlos según sus necesidades. Hubo quien, al ver aquel artefacto, se rio disimuladamente. Él solamente sonrió satisfecho. Había conseguido la manera de hacer desaparecer las sombras. Pudo captar la esencia más pura y casi irreal de personas y objetos, tal como él quería verlos. Esto ocurrió en 1960.
Buscando la perfección en la luz sin sombras, también aplicó esta técnica a la publicidad. Quería obtener de las imágenes no solo una pureza formal, sino también una sensación etérea, una ilusión de evasión del mundo real, entonces tan gris y confuso.

 

 

FORMAS Y ESPACIOS
Aunque quizás al principio no fuera consciente de ello, su mirada fotográfica siempre estuvo acompañada de una tendencia gráfica y de un gusto por las formas y los espacios. Sus ojos los buscaban con avidez, tuviera lo que tuviera enfrente, y los ordenaba a su aire como un grafista compone los elementos gráficos dentro de un espacio determinado.

 

 

VENTANAS Y AGUJEROS NEGROS
Pomés sentía una atracción irresistible por las ventanas y los agujeros negros.
“¿Qué habrá detrás de ellos?”, se preguntaba con una inquietud constante.
Tenía razón. Las fotografías enigmáticas ofrecen un campo de imaginación infinito.
Una vez más, Pomés perseguía captar el misterio.
Y de nuevo repetía: “Una fotografía es buena cuando su contemplación no se detiene en lo visible.”

 

 

MUJERES
Pomés sentía por las mujeres una veneración especial. Les reconocía un poder particular. Las admiraba. Y a través de las fotografías siempre trató de averiguar y reflejar la esencia de lo que las hacía distintas de los hombres.
Desde el principio, fotografiar mujeres fue uno de los leitmotivs principales de su recorrido.
Cuando con la cámara abordaba un físico que le parecía maravilloso, tampoco dejaba nunca de lado lo que, además de la belleza, este pudiera expresar anímicamente.
En la época que le tocó vivir, Pomés tuvo la oportunidad de presenciar y seguir de cerca la evolución de la mujer. Ya de muy joven, en los años apagados –décadas de los cuarenta y cincuenta–, fue muy consciente de la relegación que sufrían las mujeres. Entonces se sentía atraído por aquellas que trataban de escapar con dificultades de las convenciones sociales establecidas; mujeres valientes a las que siempre apoyó.

Una debilidad: los zapatos
Desde niño y durante toda su vida, Pomés se sintió irremisiblemente atraído por los zapatos de tacones altos, esta especie de pedestal que confiere un poder extraño y subliminal.
Como objeto, Leopoldo Pomés les otorgaba un valor “arquitectónico” que hacía que, en su estudio, siempre tuviera cuatro o cinco pares expuestos junto a libros, pinturas y fotos para no dejar de maravillarse en la contemplación de estas esculturas sutiles y malévolas. Nunca se olvidaba de sustituirlos de vez en cuando por otros de su considerable colección.

 

 

PAISAJES
Muchas de sus fotografías de paisajes no eran buscadas; las encontraba. Él decía que “se le echaban encima” y tenía que disparar la cámara.
Casi nunca las buscaba. Solo cuando lo cautivaba un ambiente natural por la luz o por la emoción intangible que emanaba, presionaba el disparador como si quisiera apropiarse del misterio del momento. De hecho, retrataba atmósferas.

Aún adolescente, Pomés aprendió de su padre a mirar a las personas.
Solían sentarse en cualquier terraza de bar de una calle concurrida para contemplar durante largo rato la gente que pasaba ante ellos. Su padre le enseñó a fijarse en las expresiones de los transeúntes, en su manera de ser e ir vestidos.
Consideraban que ningún otro espectáculo podía compararse al hecho de observar y adivinar las vidas de aquellas personas anónimas que quizás no volverían a ver jamás.
Convertido en fotógrafo, este ejercicio de observación fue el origen de su infinito interés y empatía por el ser humano. Perseguía explorarlo y retener su esencia o estado de ánimo, fuera ternura, dureza, alegría, vanidad, angustia o cualquier otro sentimiento reflejado en la actitud de cada uno.
Quizás por esta razón, de joven, parecía no concebir un paisaje sin elementos humanos. Y desde esta perspectiva fotografió los paisajes urbanos de la Barcelona de 1957 que le encargó una conocida editorial (Seix Barral). Desafortunadamente, su trabajo fue rechazado por no mostrar parques, jardines y monumentos notables de la ciudad. Las fotografías durmieron en un cajón hasta que, en 2012, fueron expuestas en la Fundación Foto Colectania y publicadas en el libro Barcelona 1957.

Fue en la madurez cuando Leopoldo Pomés se sintió aludido por el paisaje en sí mismo. Crecía en él la tendencia a la luz grave, crepuscular, pero vibrante en su momento efímero.
Los crepúsculos le afectaban casi angustiosamente por su indiferencia para con la existencia humana. Y por el anuncio diario de un final.